Chapter 20
ALGUNAS MALAS NOCHES
Hola, A.
Pienso mucho en ti y siento si escribirte te pone en un compromiso para contestarme. No hace falta. Egoístamente creo que lo hago más por poner todo esto en palabras, por encontrar un espacio lejos de los juicios a los que nos vemos sometidos todos todos los días, por intentar soltar estos fantasmas, los pájaros negros en un papel en blanco. Como si mi mente fuese un bidón enorme de pensamientos y estas letras la tubería definitiva por donde desaguan. Ojalá fuese tan real como visual.
Cuando te pienso, imagino que estás sobre mi hombro, una guía moral y espiritual que tira suavemente de mis riendas antes de que entre en los laberintos eternos de mi algoritmo cerebral. Siento decirte que no siempre lo consigues, a pesar de que a veces tengas que tirar muy fuerte y recordarme, palabra por palabra, todo el trabajo que hemos hecho estos años para que acepte la inevitable presencia de mí mismo: mis piezas blancas y negras luchando por un hueco en el tablero de mi cabeza.
Si lees esto es porque últimamente estoy intentando manipular la partida, ya sabes, la falacia de control, y las piezas que menos quiero que avancen están a punto de darme jaque. Te escribo porque me entiendes, porque quiero que me digas que todo está bien o que todo está mal. Te escribo porque tu yo de mi hombro se ha tomado unas merecidas vacaciones y necesito renovarlo.
No te cuento nada nuevo si te digo que siempre he pensado mucho en la muerte, sobre todo cuando estoy convencido de que le tengo menos miedo a ella que a la enfermedad. Pero ahora que esta última está más presente en mi cabeza desde que quiero ser padre, temo que un hijo pueda cambiar la única certeza que, pensé, tenía en esta vida: Si algún día me llega la enfermedad, si dejo de ser dueño de mí mismo, ese día me muero. Y no sé si quiero tener cerca a alguien que me lo impida.
Gracias por estar siempre ahí, sobre mi hombro.
Pd. “El pensamiento del suicidio es un poderoso medio de consuelo: con él se logra soportar más de una mala noche”. Friedrich Nietzsche.
Querido.
Siempre es un placer saber de ti. Te leo con gusto personal, como amiga más que como psicóloga, y, permíteme, con un frívolo disfrute por tu especial sensibilidad que, aun pudiendo ser como la de muchos, eres tan capaz de poner en palabras.
Mi trabajo es sembrar dudas para que tú vayas encontrando lo que parecen certezas. Intento guiarte por un camino fiel a tus valores porque no creo que haya nada cierto, ni unas decisiones mejores que otras, ya sabes. Pero por lo que leo, respecto a la muerte, tienes claro cuál es tu valor y si ese es tu silogismo disyuntivo, no esperes a la enfermedad: muérete ya. Todavía no conozco a nadie que sea dueño de sí mismo, ¿o es que ahora mismo lo eres? Me acabas de confesar que no eres ni capaz de controlar tus pensamientos. Como no lo es nadie, ¿qué significa, entonces, ser dueño de uno mismo?
Si un día nos sentáramos, como humanos, y empezásemos a pensar en lo absurdo de nuestra existencia, lo casual de la misma, nos agarraríamos más a aquello que hace que todo esto parezca que tiene sentido. ¿Qué te mantiene ahora en la vida? ¿qué te hace tener la sensación de ser dueño de ti mismo? Quizás sea escribir para que otros te lean, o abrazarla cada noche. Si un hijo te mantiene en la vida, con o sin enfermedad, entonces habrás vuelto a encontrar algo que te invite a levantarte de la cama. Lo hacemos todos: la eterna búsqueda de darle significado a lo que no tiene.
Deja que las piezas se muevan, eres tú, y tómate la libertad, sé dueño, haciendo lo que realmente quieres. Aunque duela, aunque dé miedo.
No dejes de escribirme.
Pd. Y ya que te pones así: “Cuando más exaltante es la vida, tanto más absurda es la idea de perderla”. Albert Camús.
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