Capítulo 24

ELIGE TU PRÓXIMA AVENTURA

Dentro de la oscuridad total, una camilla en el centro de la sala rectangular sostiene un cuerpo semidesnudo tapado por una fina manta de papel. En las paredes hay colgados cuadros que contienen infografías resumiendo los beneficios del colágeno, el triptófano o el ginseng. Un báscula en la esquina y una mesa de consulta con varios cajones completan el espacio.

Una mujer bajita llama a la puerta y al abrirla unos centímetros devuelve luz a toda la sala que ahora refleja su fría blancura en el suelo, las paredes, los pocos muebles. La mujer entra y, de los cajones que completan su mesa, saca unos sobres que abre como deshojando una flor a la que le sobran sus capas exteriores. Poco a poco, midiendo muy bien los sitios y las palabras con las que acompaña su trabajo, va clavando las agujas en las diferentes partes del cuerpo que descansa sobre la camilla. “Ésta”, dice refiriéndose a la que pone sobre la frente, “es para los malos pensamientos”, “esta otra”, continúa con la que coloca en el cuello, “para la incertidumbre” y “la última”, que clava en la parte posterior de la muñeca, y que se cuenta como la décima, “alivia la tristeza”.

-¿Estás tranquilo, Luis?- Pregunta la naturópata.

-Sí- responde intranquilo.

La señora bajita que mide mucho sus palabras, sus movimientos y su trabajo sonríe, le toca el hombro en señal de confianza y vuelve a abrir la puerta para salir; lo suficiente como para que entre luz y el cliente pueda ver su cuerpo con agujas clavadas en diferentes puntos. Aprovecha esos segundos para un repaso mental: “la de la ansiedad, la obsesión en las orejas, la claridad en los pies, la de ya no sé qué probar para que se me pase todo esto”.

Silencio y oscuridad. Respiración rítmica. “Recuerda contar lentamente hasta tres al inspirar y seis al espirar” le había dicho la señora justo antes de salir. Pero no logra encontrar una postura cómoda, la aguja de la nuca le molesta, aunque no esté rozando con el cabecero de la camilla. “Esta es la del miedo” recuerda. 

Entre la camilla y sus límites, esta sala, menos de un metro, en su cabeza el mundo entero: Un viaje por el desierto sin agua, un naufragio en el Pacífico, tigres rodeándole en una jaula, al borde de un precipicio sin vuelta atrás, la probabilística, el 50%, una espada rozando la herida que ya tiene siempre abierta en el cuero cabelludo.

La respiración es a veces un ancla entre tanta corriente indomable. Su mente se ha convertido en una entidad extraña, ajena. Coger aire por la nariz y echarlo por la boca le hacen sentir que al menos tiene el control de algo tan básico como seguir vivo. El resto va por libre: la tensión muscular, la mandíbula apretada, unas lágrimas que hace tiempo dejaron de ser silenciosas. No puede bajar de la camilla, ni siquiera moverse mucho. La nuca le aprieta, pero también la frente, ahora los pies, la zona posterior de las manos, el cuello. Siente cada una de las agujas clavadas como un mechero a milímetros de su piel. Aprieta los dedos de las manos, se ha vuelto a olvidar de respirar, su única vía de escape. Un, dos, tres. Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Demasiado rápido. Un pensamiento se cuela entre el dos y el tres. Vuelta a empezar, echar el ancla.

-¡No puedo más!- grita entre el cuatro y el cinco la tercera vez que intenta lograr algo de serenidad- ¡ayuda!

La señora bajita vuelve a abrir la puerta, pero esta vez no tan suave ni solo unos centímetros. Sobre la camilla, ahora totalmente iluminada por la luz que entra del pasillo, el cuerpo semidesnudo se retuerce de dolor, pero las agujas no le hacen daño.

-¡No quiero estar aquí!

La señora bajita coge un taburete alto, se sienta pegada a la camilla, y retira suavemente las agujas.

-¿Aquí?, ¿en esta sala?

-No, en Madrid, en España. 

-¿Y dónde quieres ir, Luis?

Se incorpora en ángulo recto y mira hacia la pared intentando proyectar a través de ella un lugar que consiga dar una respuesta: un país donde no duela la incertidumbre, una ciudad en la que no te haces mayor, el atardecer que te haga olvidar tus recuerdos, un sitio en el que poder ser todo antes de que todo se acabe.

-Nadie te va a acompañar en tu huida hacia delante- dice la mujer con ternura, midiendo cada una de sus palabras- ahora tienes que elegir si escapar solo hacia lo que no existe o luchar acompañado por lo que tienes, por lo que quieres y por lo que mereces.

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