Capítulo 22

EN LA SALUD Y EN LA ENFERMEDAD

Antes incluso de que llegaran la mayoría de los invitados, cuando solo estaba yo en el altar repasando las palabras anotadas en una hoja ya arrugada por los nervios, él ya estaba allí, ocupando una silla entre otras cien vacías. Antes de pronunciar el “estamos todos hoy aquí reunidos” yo veía entre el público cómo se movía espasmódico, pegaba patadas al que tenía delante y manchaba su traje con una baba que no parecía querer caerse del todo. Antes de que entrase mi hermana de blanco, y él se girase, fuese al suelo y se levantase solo, como si nadie hubiese visto al padre de la novia balancearse sobre sí mismo y caer varias veces. Antes de todo eso, él, también, ya estaba allí mirándome.

-Queremos que seas nuestro maestro de ceremonias- me pidieron, y este fue el primer antes.

Trajes y vestidos toman asiento sobre sillas de madera pintadas de blanco de las que cuelgan floripondios de colores. La familia del novio ocupa la mayor parte, mi padre lo ocupa todo. Muchos me saludan con la mirada y otros se acercan a hacer chin chin con mi cerveza, la que me ayuda a calmar los nervios, la que me refresca en este patio soleado a principios de julio y la que le hace estar más borroso, ahora que su trastorno del movimiento no sólo me molesta a mí, si no a todos los invitados que parecen restarle importancia.

Cuando los hermanos del futuro marido aparecen con las alianzas, todo el público está en pie y en silencio mirando la tierna escena del matrimonio dado la vuelta esperando el anillo que los una para siempre. Mi padre, sin embargo, que clava sus ojos en mí con la mirada perdida, empieza a hacer sonidos compulsivamente con la garganta, se arranca el cable de la PEG y empieza a caminar por el pasillo hacia los prometidos, hacia el altar, sin que nadie le diga nada.

-Recibe esta alianza en señal de mi amor- dice mi hermana, que ahora está custodiada por mi padre, tambaleándose detrás de ella, con la vista hacia mí.

-Con la autoridad que me habéis delegado, yo os declaro marido y mujer- concluyo.

El público aplaude. Los novios salen de la mano por el pasillo que hay entre las sillas y por el que de vez en cuando se paran a recibir una palmada en la espalda, un abrazo. Mi padre se aleja, saliendo de la finca le alcanzo para preguntarle que por qué no se queda a la fiesta, que queda celebrar, pero, me dice, que solo venía para recordarnos quiénes somos pero, sobre todo, porque no quería perderse el “puedes besar a la novia”.

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