Capítulo 9

Sinvivir

Ilustración de Paloma Agüera

No había terminado el helado que venía relamiendo desde el paseo marítimo, cuando entramos por el patio del apartahotel donde veraneábamos todos los años. Veníamos de una cena en familia, de contar chistes en un chiringuito de playa en el que siempre cenábamos lo que más nos gustaba por esas fechas: espetos de sardinas con un vasito de gazpacho. En el edificio de catorce plantas y ochocientas habitaciones en primera línea, había muchas personas repartidas entre el restaurante de la planta 0, el de la 6, la sala de juegos en la quinta, el teatro, el gimnasio 24 horas y en las pequeñas terrazas iluminadas de cada uno de los apartamentos. Esa noche me costó dormir, estaba preocupado imaginando las vidas de aquellas otras personas, otras familias, que habían decidido que, esa noche, no irían al paseo marítimo. Los imaginaba haciendo pizza casera, disfrutando de una partida de cartas, yendo al show tributo que ofrecía la animación del hotel o haciendo amigos en los billares de la quinta.

Al día siguiente, cansados de un completo día de playa, se hizo tarde para salir a pasear y cenar algo de pescaíto frito cerca del puerto. Hicimos pizza casera, encendimos la luz de nuestra terraza y después de echar una partida de cartas, nos jugamos la revancha en el billar de la quinta planta. Esa noche me costó dormir, estaba preocupado imaginando todas las vidas de aquellas otras personas, otras familias, que habían decidido que, esa noche, no se quedarían en el apartahotel. Los imaginaba contando chistes en un chiringuito de playa mientras comían espetos de sardinas y un vasito de gazpacho. Luego irían a por un helado al paseo marítimo.

Este primer verano, el primero desde que me dijeron, no a ciencia cierta, mi fecha de caducidad, fui consciente de que antes de la posible, de la avisada, de la que tenía un 50% de posibilidades de tener, yo ya empezaba a tener una enfermedad de nombre “miedo” y de apellido “a perderme algo”.

Y, desde entonces, mi vida se convirtió en un sinvivir por mis ganas de vivir.

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