Capítulo 4

SUPONE

Ilustración creada por Paloma Agüera

Años después de aquel intento, cuando yo ya entendía la magnitud que es en sí la vida y, por lo tanto, la muerte, cogí su diario para buscar por qué se quería suicidar: lo peor que le podía pasar era que sobreviviese.

14 de agosto de 2002

“Hace poco tropecé por la calle y miré hacia atrás como si hubiera algo que lo provocara. Nada, supuse: zapatillas nuevas que agarran demasiado bien. Ese mismo día tuve una gran bronca por un gesto pequeño, una mancha en el traje me hizo gritar de nuevo. Ella me dijo que no me preocupara, que se arreglaba lavándolo.

Otro día, quizás una semana después otro un tropezón me tiró al suelo. Volví a mirar atrás buscando algo que lo provocara: nada. Sacudí las rodillas y disimulé. Después de esa caída, la que me llevó al suelo del todo, empecé a caminar de lado a lado. Por el
dolor supuse. A la semana pensé en ir al trabajo en coche, así evitaba andar (no conseguía recuperar el paso firme, aunque ya no me doliese), pero no lo encontré, acabé por denunciar el robo. Estaba en la calle de atrás. Sería un despiste, todos lo tenemos.

Volví a ir en Metro al trabajo. Pero al poco tiempo dejé de recordar el trasbordo, la línea e incluso dónde estaba la oficina. Podía estar una hora mirando el mapa intentando descubrir en qué parada estaba o dónde quedaba la oficina. Llegaba siempre tarde, me despidieron. El cuarto empleo en seis meses. La crisis, supuse. 

Discutíamos mucho, no tanto por el empleo, más por las manchas en el traje, todas las llaves de casa que perdí, mis gritos a destiempo (ahora mismo no recuerdo muy bien por qué). Montaba broncas por cosas insignificantes me decía.

Hace tiempo que tengo varios tropiezos en el mismo día, pero ya no miro para atrás, creo que todo está en mis piernas, o en mi cabeza. La semana pasada me atraganté una noche comiendo un pincho moruno y me enfadé, mucho, como si eso no fuera mi culpa, como si, igual que las manchas del traje, las pusieran otros. Le pedí el divorció y sigo sin saber porqué”.

18 de agosto de 2002

“Tengo cita en el centro de salud. Mi madre, ahora que vivo con ella, empieza a pensar que todo esto no son casualidades. Tropiezo, olvido, discuto. Como ayer, como antes de ayer, como hace unos meses. Estoy asustado”

Sus dos últimas páginas. La ansiedad ya no le dejaría escribir, así que supongo escribiendo para entender aquel día que quiso quitarse la vida: El médico. La genética. El resultado de una prueba: positivo. Y todo lo que se viene,
supondría. Una silla de ruedas, la baba colgando. Todo lo que no le habían contado. 

Lmalo es que todavía le quedaban neuronas para la imaginación. La mente rellena espacios vacíos y muchas veces acierta. Temblores de miedo y de enfermo. Estará atado a una silla, a una cama. Supondría que acabaría comiendo por un tubo, que respiraría por otro, que olvidaría quiénes eran sus hijos. Vegetal. Menos que una planta. Solo. Paredes blancas de residencia. Somníferos. 

Salió corriendo para no experimentar certezas concretas.
-No puedo- acabó diciendo en aquel banco de El Retiro.
No es tan fácil morir, supongo.

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