Capítulo 5
Órdago
Como cada tarde sobre la misma hora, entra en el Bar Cafetería El Hórreo y pide una tónica y el periódico. El camarero le sirve la bebida con unas aceitunas en la barra y le recuerda, como todos los días, que tenga cuidado, que son las de hueso. Un rato después, como cada tarde sobre la misma hora, se sientan los mismos a jugar a las cartas en la mesa de debajo de la televisión. Piden un tapete, amarracos y un combinado de alcohol con refresco para cada uno.
– ¿Qué? ¿Juegas?- pregunta el que barajea al tipo de la barra, que se tambalea con la tónica en la mano- hoy nos falta uno.
Deja el periódico, al que sólo ha podido echarle una ojeada por encima, y al intentar volver a apoyar el vaso sobre la barra, éste se cae.
– ¡Joder! – se oye quejarse a alguien desde la cocina- otra vez…
El tipo de la tónica que acaba de romper el vaso pide perdón y se acerca desequilibrado a la mesa donde ya le esperan para repartir. Cuatro cartas por cabeza y no hay lugar a mus.
– Envido a grande.
– Veo- responde el de la tónica.
Una hora más tarde, y un par de combinados después, el tipo de la tónica y su compañero van ganando con holgura. Otros clientes se mueven alrededor de la mesa como espectadores, comentan alguna de las jugadas y esperan su turno en cuanto una de las parejas pierda.
– No puedo jugar más con este tío- dice uno de los que van perdiendo- Te hace señas que luego niega, ¡eso es renuncio!
Los espectadores y el cocinero, el que se quejaba por el vaso roto, confirman el renuncio y apoyan la idea de no volver a dejarle jugar nunca.
– Pero no veis que es por su enfermedad- les responde el camarero.
El acusado, que no para de moverse en su silla, quiere decir algo pero tartamudea y no se le entiende.
– ¡Mirad! Pero si es que hasta cuando no juega está haciendo señas- comenta un espectador del juego para la risa de todos los demás.
El tipo de la tónica, que ahora tiene más tics faciales que cuando empezó la partida, consigue levantarse y, tras un par de tambaleos, hacerse hueco para salir del grupo de personas que no dejan de reírse de él. El camarero, que abronca al resto de clientes, le recuerda al de la tónica, como todos los días, que tenga cuidado con el escalón, pero antes de acabar la frase, el enfermo ya se ha caído y todos los que miran desde dentro se asustan unos segundos, hacen amago de levantarse, pero acaban por seguir con su partida.
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