Capítulo 7

Le imagino joven y sin EH

Ilustración por Paloma Agüera

Un sol de invierno reciente, tímido, se atreve a entrar por los pequeños agujeros que inundan la persiana. Los rayos que consiguen pasar por ellos, en esa inagotable lucha que tiene la luz por ocupar los espacios, crean líneas sobre las que flotan pequeñas motas de polvo en suspensión que bailan al ritmo de la claridad y que se juntan, calada tras calada, con el humo de un cigarrillo que ya le sabe a noche, a tónica, a flemas negras.

Mueve su cuerpo antes de poner el vinilo sobre el tocadiscos. Sabe qué va a sonar antes de colocar la aguja e imita el bombo clap al vibrar sus labios y jugar con la lengua tras sus dientes. Un sonido arrugado ocupa los primeros segundos al tocarse el zafiro con el clorietileno, después, dos voces, la de Sting y la de él, gritan “¡Roxanne!” en paralelo.

Con una mano vuelve a coger el cigarrillo que había dejado en el cenicero, con la otra, una lata de cerveza: una calada profunda y un trago aún más, el último se promete. A la vez, siempre mueve alguna parte de su cuerpo al ritmo del reggae blanco de Police y canta mirando al vinilo que no deja de girar, como si su aliento, como si gritar “you don ́t have to sell your body to the night!” fuese la electricidad que mueve el vinilo pista tras pista. 

El café que ha dejado haciéndose en la cocina cuando ha entrado tambaleándose en casa todavía no borbotea, pero ya empieza a impregnar el salón de su olor y de su promesa de salvar, lo más rápido posible, el proceso de borrachera a resaca, de exceso a falta, de vida a deceso.

Solo unos segundos más antes del desayuno, de volver a la realidad, moviendo los pies al ritmo de la batería en los golpes finales de un estribillo que se repite, sin parar, “¡Roxanne! (put on the red light)”, “¡Roxanne! (put on the red light)”. Con los dedos de la mano toca la guitarra imaginaria y con los de los pies, engancha los suaves pelos de la alfombra de franela sobre la que ha estado haciendo su coreografía desde un poco antes de que sonase la música. 

Grita un último último Roxanne y cae de rodillas, justo para que a la altura de sus ojos llegue intensa la luz de un amanecer que ya casi ha cumplido y, a su vez, los coros terminen por cantar iluminando su cara, como si le quisiesen decir algo : Put on the red lights.

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